El 7 de agosto celebraremos en el National Cowboy & Western Heritage Museum la Cena Anual del Arzobispo para la formación de seminaristas.
Es una noche de gran alegría en la que nos reunimos para apoyar a los hombres que se están formando como nuestros futuros sacerdotes. Cada año, conforme nos acercamos a este evento festivo, mi corazón se llena de gratitud por el don de las muchas vocaciones con las que el Señor está bendiciendo a nuestra arquidiócesis, y nuestro llamado para ¡ir a hacer discípulos!
Mientras intentamos edificar una cultura de evangelización y discipulado en el centro y oeste de Oklahoma, una de las señales de que la cultura del discipulado ya se está arraigando es que hombres y mujeres están entregando sus vidas a Jesús en respuesta a su llamado.
En los últimos años, hemos visto un número creciente de jóvenes que buscan activamente conocer la voluntad de Dios y desean entregarse generosamente para seguir su vocación al discipulado y a la misión.
A principios de este verano, tuve el privilegio de ordenar sacerdotes al padre Jonah Beckham y al padre John Grim, y ellos ya han comenzado su ministerio sacerdotal en sus nuevas encomiendas con gran alegría y celo pastoral.
También he aceptado a nueve nuevos seminaristas para el próximo ciclo académico, con lo que el número total de seminaristas asciende a veinticinco. Este es el mayor número de seminaristas que hemos tenido en la arquidiócesis de la Ciudad de Oklahoma en varios años, y tenemos más hombres en las primeras etapas de inscripción para la formación en el seminario para el próximo año. ¡Qué bendición!
En los últimos meses, un grupo de mujeres ha estado discerniendo conmigo la posible formación de una comunidad religiosa aquí mismo, en Oklahoma. Esto sería una gran bendición para nuestra Iglesia local, y es un signo de la fidelidad de Dios al suscitar en las mujeres una vida de entrega al servicio consagrado. Por favor, recen para que esto rinda frutos.
Justo la semana pasada, nuestra Oficina de Vocaciones organizó dos retiros de discernimiento, uno para hombres (Quo Vadis Days) y otro para mujeres (Talitha Koum). En total, más de 100 jóvenes participaron en el retiro, y están considerando la posibilidad de ser llamados al sacerdocio o a la vida religiosa y buscan conocer el plan de amor de Dios para sus vidas.
¿Cuál es la causa de este aumento en el número de jóvenes que buscan una vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? Creo que al menos existen tres buenas razones, y probablemente más.
En primer lugar, estamos concluyendo nuestro proceso nacional de tres años de Reavivamiento Eucarístico, en el que intentamos renovar y profundizar nuestro amor al don de la Eucaristía, y ahondar más en el misterio de la Misa. Esto ha proporcionado la oportunidad para que muchos jóvenes se enamoren de Jesús y deseen entregar sus vidas a su servicio.
Segundo, las numerosas iniciativas de evangelización en nuestras parroquias, escuelas, programas de pastoral universitaria y en otros lugares de nuestra arquidiócesis están atrayendo a los jóvenes hacia una fe y una amistad más profundas con Jesús, resultando en un deseo de vivir más como discípulos misioneros.
Profundamente vinculadas a esto, y parte esencial de estos esfuerzos de evangelización, están las oraciones ofrecidas por padres de familia, párrocos, miembros de grupos como el Club Serra, y muchos, muchos otros que rezan para que el Señor acerque a los jóvenes a su corazón y les conceda la gracia de conocer su voluntad para sus vidas.
Por último, pero no menos importante, está el ejemplo y las oraciones del beato Stanley Rother, nuestro sacerdote, misionero y mártir. Como nos lo recuerda Tertuliano, escritor de la Iglesia primitiva: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. El ejemplo del beato Stanley de celo misionero, amor al Señor y cuidado de las personas que le han sido confiadas recuerda a los jóvenes el amor que Jesucristo les tiene y la misión que Cristo les confía como discípulos suyos. Ciertamente, sus oraciones ante el trono de Dios están dando fruto en la vida de nuestra Iglesia local.
Aunque es bueno alegrarse y dar gracias de que surjan estas vocaciones en nuestra arquidiócesis, nunca podemos dormirnos en los laureles y sentirnos satisfechos o complacidos. Dios no ha terminado aún.
Todos debemos esforzarnos por crecer en nuestro amor a Jesús Eucaristía e inculcar ese amor a nuestros hijos. Nunca debemos dejar de llevar la Buena Nueva del amor de Jesús a quienes nos rodean, viviendo con confianza nuestro llamado como discípulos misioneros.
Debemos continuar inspirándonos con el ejemplo del beato Stanley Rother y buscar su intercesión para que podamos responder generosamente al Señor como él lo hizo. Si hacemos estas cosas, seguiremos dando fruto y el Señor seguirá enviando obreros a su mies.