En este Año Jubilar estamos llamados a ser “Peregrinos de la Esperanza”. En este espíritu de la gran tradición jubilar, se nos invita a vivir este tiempo sagrado no solo como un aniversario que hay que celebrar, sino como un tiempo de gracia – un tiempo para restaurar lo que se ha perdido, sanar lo que está herido y llevar la luz de Cristo a un mundo oscuro que anhela su paz.
El mundo la conoció como la madre Teresa de Calcuta. Cuando yo era un joven seminarista en Roma, tuve el inesperado privilegio de conocerla cuando celebré una Misa para sus hermanas en un comedor social que ellas dirigían cerca del Coliseo. Ella ya era una celebridad mundial.
Aunque cueste creerlo, se nos fue otro verano. Mientras vislumbro la llegada de un nuevo ciclo escolar y un clima más fresco, me he puesto a reflexionar en todo lo que Dios ha hecho en estos últimos meses.
Bajo las calles de Roma, existe una red oculta de pasadizos que conectan el pasado con el presente, y nos ofrecen una perspectiva de la experiencia de los primeros cristianos. Las catacumbas, esos lugares subterráneos de sepultura utilizados con frecuencia tanto por los primeros creyentes como por otros, fueron algo más que lugares de descanso para los muertos, se convirtieron en santuarios para los vivos.
El verano llegó y los estudiantes y el personal de nuestras escuelas católicas de la arquidiócesis se están tomando un descanso muy necesario, y además muy merecido, dado el éxito del ciclo escolar que acaba de concluir.