Bajo las calles de Roma, existe una red oculta de pasadizos que conectan el pasado con el presente, y nos ofrecen una perspectiva de la experiencia de los primeros cristianos. Las catacumbas, esos lugares subterráneos de sepultura utilizados con frecuencia tanto por los primeros creyentes como por otros, fueron algo más que lugares de descanso para los muertos, se convirtieron en santuarios para los vivos.
El verano llegó y los estudiantes y el personal de nuestras escuelas católicas de la arquidiócesis se están tomando un descanso muy necesario, y además muy merecido, dado el éxito del ciclo escolar que acaba de concluir.
Cada vez que celebramos la ordenación de nuevos sacerdotes se nos presenta una oportunidad para reflexionar sobre el don y el misterio del orden sacerdotal en la vida de la Iglesia.
En esta época del año, mientras visito las parroquias de nuestra extensa arquidiócesis para conferir el Sacramento de la Confirmación, el relato impactante de Pentecostés se estremece profundamente en mi corazón.
Durante el reciente cónclave hubo intensas especulaciones (e incluso apuestas) sobre quién saldría al balcón de la Basílica de San Pedro después de que se disipara el humo blanco y sonara la solemne proclamación: “Habemus Papam”.
El tiempo de Pascua y la primavera son periodos en los que celebramos la nueva vida, así que resulta muy apropiado que hagamos una pausa en esta época del año para celebrar el Día de las Madres; que aunque no es una fiesta religiosa, es una buena ocasión y el tiempo adecuado para celebrar la vida que hemos recibido.