Como discípulos de Jesucristo, puede que nos encontremos algo conflictuados en esta época del año. Estamos en los últimos días del Adviento y estamos al borde de la temporada navideña, que comienza con la solemnidad de la Natividad del Señor.
En esta época del año, a menudo estamos inmersos en adornos culturales y comerciales festivos que adornan nuestras casas, tiendas y espacios públicos. El reto radica en recordar el origen y el propósito de las muchas expresiones culturales asociadas a la época navideña. Aunque ambas cosas estén conectadas, la fiesta es mucho mayor que la mayoría de las formas en que hemos llegado a celebrarla.
El peligro es confundir la realidad del misterio cristiano, que es el nacimiento de Jesús Hijo de Dios y nuestro Salvador, con los encantadores adornos de las luces, el ponche y los regalos. Debemos evitar la tentación de disminuir el misterio de la Navidad y conformarnos con algo menos fuerte que la increíble verdad de que Dios ha venido a vivir con nosotros y comparte nuestra naturaleza humana.
La encarnación de Dios en la persona de un bebé pequeño nos enseña lecciones importantes sobre cómo Dios elige venir a nosotros y permanecer con nosotros. El nacimiento del Hijo de Dios en carne humana ilustra la propia preferencia de Dios por la humildad y la pequeñez.
¡La humildad de Dios presente en la fiesta de Navidad debería sorprendernos de verdad! El Dios que es omnipotente, infinito y eterno elige entrar en nuestra historia como un bebé vulnerable. Nació en una familia pobre – mucho antes de cualquier comodidad moderna – y en una época histórica en la que su pueblo vivía bajo la opresión de una ocupación extranjera.
No nació en un centro de poder, sino en un pueblo remoto e insignificante. No nació en Roma ni siquiera en Jerusalén, sino en Belén. El Dios que insufló vida en los pulmones de Adán tras formarlo a partir del polvo de la tierra eligió libremente ser un niño vulnerable que dependía de otros para satisfacer sus necesidades más básicas. Dios sigue eligiendo venir a nosotros de maneras humildes.
La encarnación es el mayor acontecimiento desde que Dios creó todo de la nada, pero Dios elige venir, aunque sea de la forma más mínima imaginable. Hay un axioma de la tradición ignaciana de la espiritualidad católica que dice: “No estar confinado a lo más grande, y al mismo tiempo estar contenido en lo más pequeño, eso es divino”.
Dios es más grande que el universo, pero está envuelto en un paño diminuto. Dios es el creador del cielo y la tierra, pero está presente en el altar bajo la apariencia de pan y vino sencillos. Dios es la Palabra Eterna, el Logos, que ordena y forma el cosmos, pero se entrega a nosotros en la palabra escrita de la Sagrada Escritura.
Dios lo tiene todo en la palma de su mano, pero todo lo que se hace por los más pequeños se hace por Él. Dios sigue eligiendo venir a nosotros en formas pequeñas.
Dios no elige lo que parecería ser el camino más eficiente, efectivo o conveniente para lograr sus planes. El anuncio del arcángel Gabriel a María de que Dios la había elegido para una misión tan especial asombra a la joven adolescente. Ella es virgen, y José, con quien pensaba casarse, aún no la había recibido en su casa.
El nacimiento de Jesús llega en un momento en que esta joven pareja debe afrontar un difícil viaje hasta la ciudad de los antepasados de José, lo que hace que un evento ya de por sí precario como el embarazo y el parto mismo sean aún más arriesgados.
El censo romano deja a María y José sin un lugar donde alojarse en la concurrida ciudad de Belén, así que Jesús nace en un establo y es colocado en un pesebre. Todo esto me recuerda al dicho: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Dios sigue eligiendo venir de formas aparentemente incómodas y, desde luego, inesperadas.
La solemnidad de la Natividad del Señor nos invita a reflexionar sobre cómo Dios elige entrar en nuestras vidas hoy. Nuestra reflexión puede ampliar nuestros corazones y prepararnos para recibir a Dios de la manera que Él elija.
Los caminos de Dios no son los nuestros. Este es un misterio sagrado que no puede ser minimizado. Dios desea permanecer en nosotros y que nosotros permanezcamos en Él. Cada año nos inclinamos para maravillarnos de su humildad y pequeñez mientras veneramos su imagen colocada en el pesebre. Si dejamos que esto nos cambie, viviremos con Él por toda la eternidad.