En octubre de este año tuve el gusto de encabezar la peregrinación de nuestra Fundación Católica de Oklahoma a Francia y acompañar a nuestros veintidós peregrinos. Una peregrinación es una oportunidad para renovar la fe y fortalecer la esperanza.
Es probable que el domingo hayan notado que el sacerdote de su parroquia no estaba usando el color verde en sus vestimentas, que es el color litúrgico previsto para el Tiempo Ordinario. En esta ocasión vistió de blanco para celebrar la festividad de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán.
El calendario litúrgico es el programa de fechas y tiempos de la Iglesia que marcan su ritmo de vida y de fe. La piedra angular del año litúrgico es el Domingo, el Día del Señor, el cual es como una “pequeña pascua”. Tenemos otros tiempos como el Tiempo Ordinario y días como el Miércoles de Ceniza, con el cual comienza el tiempo penitencial de la Cuaresma. Tenemos también el tiempo Adviento y de Navidad, y las fiestas de varios santos que veneramos.
El 22 de octubre celebraremos la festividad de San Juan Pablo II y muy probablemente muchos de los que estén leyendo esta columna tendrán recuerdos personales de su vida, su ministerio y su testimonio valeroso.
No debería sorprender que los sacerdotes de vez en cuando necesitan tiempo para recargarse de energía y que lo hacen fuera de su ministerio. Incluso lo vemos en la vida de Jesús, quien “subió al monte a solas para orar” (Mt 14,23) y “se pasó la noche orando a Dios” (Lc 6,12) después de intensos momentos de enseñanza y ministerio.
En este Año Jubilar estamos llamados a ser “Peregrinos de la Esperanza”. En este espíritu de la gran tradición jubilar, se nos invita a vivir este tiempo sagrado no solo como un aniversario que hay que celebrar, sino como un tiempo de gracia – un tiempo para restaurar lo que se ha perdido, sanar lo que está herido y llevar la luz de Cristo a un mundo oscuro que anhela su paz.
El mundo la conoció como la madre Teresa de Calcuta. Cuando yo era un joven seminarista en Roma, tuve el inesperado privilegio de conocerla cuando celebré una Misa para sus hermanas en un comedor social que ellas dirigían cerca del Coliseo. Ella ya era una celebridad mundial.
Aunque cueste creerlo, se nos fue otro verano. Mientras vislumbro la llegada de un nuevo ciclo escolar y un clima más fresco, me he puesto a reflexionar en todo lo que Dios ha hecho en estos últimos meses.
Bajo las calles de Roma, existe una red oculta de pasadizos que conectan el pasado con el presente, y nos ofrecen una perspectiva de la experiencia de los primeros cristianos. Las catacumbas, esos lugares subterráneos de sepultura utilizados con frecuencia tanto por los primeros creyentes como por otros, fueron algo más que lugares de descanso para los muertos, se convirtieron en santuarios para los vivos.
El verano llegó y los estudiantes y el personal de nuestras escuelas católicas de la arquidiócesis se están tomando un descanso muy necesario, y además muy merecido, dado el éxito del ciclo escolar que acaba de concluir.
Cada vez que celebramos la ordenación de nuevos sacerdotes se nos presenta una oportunidad para reflexionar sobre el don y el misterio del orden sacerdotal en la vida de la Iglesia.
En esta época del año, mientras visito las parroquias de nuestra extensa arquidiócesis para conferir el Sacramento de la Confirmación, el relato impactante de Pentecostés se estremece profundamente en mi corazón.
Durante el reciente cónclave hubo intensas especulaciones (e incluso apuestas) sobre quién saldría al balcón de la Basílica de San Pedro después de que se disipara el humo blanco y sonara la solemne proclamación: “Habemus Papam”.
El tiempo de Pascua y la primavera son periodos en los que celebramos la nueva vida, así que resulta muy apropiado que hagamos una pausa en esta época del año para celebrar el Día de las Madres; que aunque no es una fiesta religiosa, es una buena ocasión y el tiempo adecuado para celebrar la vida que hemos recibido.
El misterio de la Resurrección de Jesucristo es más poderoso de lo que generalmente comprendemos o reconocemos, incluso para los cristianos. No se trata de un acontecimiento del pasado, sino de una realidad que sigue marcando nuestras vidas en la actualidad y es el misterio central de nuestra fe.
A estas alturas, supongo que la mayoría de nosotros nos hemos preguntado o nos han preguntado: “¿A qué estás renunciando en esta Cuaresma?” Este es un tema muy popular en los entornos católicos, en las familias católicas, en los grupos de amigos e incluso entre los sacerdotes.