Bajo las calles de Roma, existe una red oculta de pasadizos que conectan el pasado con el presente, y nos ofrecen una perspectiva de la experiencia de los primeros cristianos. Las catacumbas, esos lugares subterráneos de sepultura utilizados con frecuencia tanto por los primeros creyentes como por otros, fueron algo más que lugares de descanso para los muertos, se convirtieron en santuarios para los vivos.
En medio de la persecución, los cristianos se reunían a veces en esos oscuros pasadizos para rendir culto en secreto, celebrando con frecuencia la Eucaristía cerca de las tumbas de los mártires o incluso sobre ellas. Al hacerlo, expresaban visiblemente el vínculo entre la Iglesia en la tierra y la gloria eterna del Cielo.
Ese mismo vínculo permanece en la actualidad. La veneración de las reliquias no es una curiosidad morbosa, sino una expresión de fe. Como nos lo dice el Apocalipsis: “Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron” (Apocalipsis 6,9). Los santos que dieron testimonio con su vida siguen unidos a nosotros en la liturgia, que anticipa el culto eterno del Cielo.
Es posible que hayas crecido conociendo esta tradición que continúa en tu parroquia. Muchos altares antiguos incluyen una pequeña reliquia de un santo incrustada en una piedra colocada bajo la superficie del altar. Incluso en los altares contemporáneos, la tradición perdura, aunque suele ser menos visible. Estas reliquias son un vínculo entre el altar y el testimonio fiel de los santos, y nos recuerdan que cada celebración de la Misa es una comunión no sólo con Cristo, sino también con sus testigos fieles a través del tiempo.
En algunos lugares, esa conexión es aún más evidente. En el santuario del beato Stanley Rother, en la Ciudad de Oklahoma City, un altar contiene no sólo una pequeña reliquia, sino el cuerpo entero de un santo y mártir. Al igual que muchos altares de la Basílica de san Pedro descansan sobre las tumbas de santos, también este altar alberga los restos de un fiel sacerdote de Okarche, Oklahoma: El beato Stanley Rother.
A medida que nos acercamos al 44 aniversario de su martirio este mes de julio y reflexionamos sobre los más de dos años de existencia del santuario, damos gracias por el impacto permanente de la vida del beato Stanley.
El propio santuario es un testimonio palpable de este impacto. Cada día, cientos de visitantes, y cada fin de semana cerca de diez mil peregrinos y fieles, entran en el recinto donde son recibidos por el personal, el clero y los voluntarios del santuario. Tanto si vienen con una intención clara o por simple curiosidad, cada persona se encuentra con algo más grande: la fe que impulsó la vida del padre Stanley, una fe centrada en la Eucaristía, en el “sí” confiado de María y en la misión de amor fundada en Cristo.
Dios está realizando cosas extraordinarias en Oklahoma a través del testimonio de este sacerdote local. Su historia ha atraído a peregrinos de todo el país y de todo el mundo, que se llevan consigo historias de conversión, sanación y fe renovada. El santuario se ha convertido en un lugar de convergencia, que acoge grandes celebraciones, festivales culturales y conferencias que unen a personas de todas las edades, idiomas y procedencias en alabanza a Dios.
Pero la belleza del santuario no existe para sí solo, se extiende más allá de sí mismo, atrayendo los corazones a lo alto, como los peregrinos que ascienden diariamente al cerro del Tepeyac. No vienen a admirar bellas estatuas de bronce, sino a acercarse a la Virgen y a san Juan Diego, para pedir su intercesión y buscar una intimidad más profunda con su Hijo.
Así también, la vida del beato Stanley Rother nos atrae más allá de la mera admiración a la imitación. Su historia, desde los campos de Okarche, atravesando las dificultades académicas, la perseverancia en el seminario, hasta el servicio misionero en Guatemala y, finalmente, su martirio; revela una vida maravillosamente conforme a Cristo. Es el tipo de belleza que revela la verdad; la verdad del discipulado, del amor derramado, de la santidad en la fidelidad ordinaria.
Mientras nos preparamos para celebrar su festividad el 28 de julio, la Iglesia en Oklahoma y alrededores queda invitada a preguntarse: ¿Cómo puedo imitar la humildad, la perseverancia y la generosidad del beato Stanley? Tanto si somos sacerdotes o padres de familia, religiosos o laicos, jóvenes o mayores, el llamado es el mismo: vivir nuestra vocación bautismal con valentía y con alegría.
Que su testimonio siga suscitando en nosotros el deseo de vivir el Evangelio con más intensidad, más fidelidad, más belleza. Ya Tertuliano nos lo dijo hace mucho tiempo: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
Que esta semilla local, plantada en la tierra roja de Oklahoma, siga dando fruto en vidas transformadas por la gracia.
Y esperemos que el beato Stanley Rother sea pronto reconocido como santo por la Iglesia universal, para que su ejemplo inspire a muchos más a recorrer el camino de la santidad.