El tiempo de Pascua y la primavera son periodos en los que celebramos la nueva vida, así que resulta muy apropiado que hagamos una pausa en esta época del año para celebrar el Día de las Madres; que aunque no es una fiesta religiosa, es una buena ocasión y el tiempo adecuado para celebrar la vida que hemos recibido.
Los bebés nacen en el mundo como un potencial puro; se abren camino lentamente a través de la oscuridad de la exploración hasta que emerge la luz de la autoconciencia.
Recordamos muy poco de aquellos meses y años en los que se formó gran parte de nuestras vidas. Para muchos de nosotros, nuestros padres, especialmente nuestras madres, nos guiaron amorosamente a lo largo de este período.
Nos abrieron las puertas del mundo para que la persona en la que estábamos destinados a convertirnos pudiera tomar forma y forjarse. Fueron la presencia persistente que hizo posible nuestras vidas. Sin ellos simplemente no estaríamos. Aunque otro vientre nos haya dado a luz, nuestros padres son los que nos han hecho criaturas de este mundo, y las personas en las que nos hemos convertido. Nos formaron y nos moldearon.
Nuestras vidas son un don. Primero fuimos bendecidos por algo que no pudimos elegir por nosotros mismos, y nuestras primeras gracias llegaron a través de algo que no podemos recordar. Esto es claramente evidente en nuestro Bautismo, si fuimos bautizados cuando éramos niños.
Todos los atributos más importantes que nos convierten en lo que somos nos fueron transmitidos por nuestros padres. No importa lo que hayamos hecho de nosotros mismos, lo hemos construido sobre los cimientos que ellos pusieron, así que nuestra mejor respuesta es estar agradecidos.
A medida que nos acercamos al Día de las Madres, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre este gran y misterioso lienzo en blanco en el que se han pintado nuestras vidas. Podemos recordar muchos momentos entrañables de nuestras madres y su valiosa influencia en nuestra formación.
Muchos de nosotros tenemos un cúmulo de anécdotas y ejemplos de cómo la presencia de una madre ha sido importante en todos los sentidos, así que es justo recordarlo y festejarlas en el Día de las Madres. Pero también es una oportunidad para celebrar el silencio, para apreciar a aquellos que establecieron los cimientos de nuestras vidas incluso antes de que pudiéramos recordar nada.
Podemos aprender de los grandes artistas. Cuando contemplamos los mosaicos hermosos o los frescos maravillosos de nuestras catedrales majestuosas, nos estremecemos ante la destreza con que se exhiben.
La forma y el diseño de estas grandes obras de arte cautivan nuestra mirada y nos hacen partícipes del ingenio de los artistas en todo su asombroso talento. Sin embargo, bajo los mosaicos y la pintura se esconden el cemento y el yeso que permiten la existencia de este arte. Sin los conocimientos necesarios y la habilidad requerida para preparar estas bases, el arte no sería posible.
Sin embargo, estos elementos nunca se verán, porque no suelen notarse en lo más mínimo. Lo mismo ocurre con todos aquellos que han moldeado y formado nuestras vidas. A no ser que nos detengamos a pensar en ellos, es probable que olvidemos el generoso regalo que nos han dado. Sin ellos no habría nada de lo que hemos llegado a ser. Con ellos, cuanto más generosa es su entrega, menos tendemos a notar.
Hacer una pausa en el Día de las Madres es una oportunidad para reconocer con gratitud nuestra dependencia de la familia que nos ha sido dada, especialmente de nuestras madres. Somos los mosaicos que han creado estos artistas.
Este es también el momento en el que podemos sumergirnos más profundamente en la quietud silenciosa de nuestras vidas. Al hacerlo, damos gracias por el verdadero origen de cada parte de nosotros mismos, que es la presencia en silencio de Dios.
Puede que nunca nos fijemos en lo Divino como el gran lienzo sobre el que se pinta el arte de nuestra vida, pero así es. La Bondad Divina es el primer don que se nos concede. Somos el producto de la Generosidad Divina derramada sobre nosotros en el silencio de nuestras vidas antes de que pudiéramos saber nada de nosotros mismos.
Dios se conforma con permanecer en el silencio, pero reconocer su arte es reconocer la verdad de nuestras vidas. Adentrándonos en el silencio y reconociendo la bondad de Dios es donde podemos encontrar las promesas más profundas que aún no se han cumplido en nosotros.
El Día de las Madres es cuando podemos abrir los ojos a estas promesas. Al hacer memoria, podemos remontarnos más allá del recuerdo para apreciar la Verdad Divina de su amor por nuestras vidas.