Aunque cueste creerlo, se nos fue otro verano. Mientras vislumbro la llegada de un nuevo ciclo escolar y un clima más fresco, me he puesto a reflexionar en todo lo que Dios ha hecho en estos últimos meses.
A medida que envejecemos, parece que cada año se pasa más rápido que el anterior. Aun así la Sagrada Escritura lo declara: “Tú trazaste las fronteras de la tierra, el verano y el invierno tú formaste” (Salmo 74,17).
Este versículo de los Salmos señala el ritmo ordenado de la vida, artísticamente elaborado por nuestro amoroso Creador. El ciclo de las estaciones es un signo visible del cuidado providencial de Dios – un patrón divino que es marcado por el tiempo mismo. Sin embargo, en nuestro mundo acelerado, si nos movemos demasiado deprisa sin detenernos a observar y reflexionar, podemos pasar por alto la delicada intervención del amor y la gracia de Dios en nuestra vida cotidiana.
Este verano he estado muy ocupado, con las reuniones y eventos habituales de mi ministerio. Pero también fue un tiempo de esparcimiento, celebración y renovación espiritual que refrescó tanto el cuerpo como el alma.
Uno de los momentos más destacados fue la jubilosa ordenación de nuestros dos nuevos sacerdotes, el padre Jonah Beckham y el padre John Grim. Su compromiso llena de alegría a nuestra Iglesia local y nos recuerda la obra de Dios, que renueva su Iglesia de generación en generación.
También celebramos, el día 28 de julio, la conmemoración del aniversario del martirio del beato Stanley Rother. Este homenaje anual renueva mi aprecio y gratitud por su heroico testimonio como buen pastor. Su vida nos desafía para mantenernos firmes en nuestra fe y confiar en Dios en medio de nuestras adversidades.
En el mes de julio tuve el privilegio de recorrer el Camino de Santiago con un obispo hermano. Cada vez que hago esta peregrinación espiritual, me siento bendecido con nuevas percepciones del Señor y renovado en el celo pastoral.
Cada paso del Camino fue una oportunidad para tranquilizar la mente, abrir el corazón y estar más consciente de la presencia de Dios. Fue un recordatorio palpable de que, incluso en movimiento, debemos buscar momentos de quietud para encontrar al Señor en todas las formas en que viene a nosotros: en su Palabra y en los Sacramentos, en la creación y en cada uno de los peregrinos que encontramos en el camino.
Rezo para que ustedes y sus familias también hayan encontrado tiempo este verano para el esparcimiento, la oración y la renovación. Estas temporadas de descanso no son meras distracciones de las responsabilidades de la vida, sino partes esenciales del ritmo que Dios quiere para nosotros.
Nos permiten apartarnos del ajetreo diario, reconocer las bendiciones que hemos recibido y prepararnos para afrontar los retos venideros con fuerza y esperanza renovadas.
A medida que nos adentramos en la siguiente temporada – ya sea el comienzo del ciclo escolar, un nuevo comienzo en el trabajo o el devenir de la vida familiar – acordémonos de hacer una pausa y dar gracias a Dios por todo lo bueno que ha hecho en nuestras vidas. La gratitud nos abre los ojos para ver cómo la providencia de Dios nos ha sostenido y guiado, incluso en momentos que podríamos haber pasado por alto.
En las palabras de san Pablo: “Esten siempre alegres. Oren constantemente. Den gracias por todo, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ustedes.” (1 Tesalonicenses 5,16-18).
Que llevemos este espíritu de alegría, oración y gratitud a todas las estaciones de nuestra vida.
Acojamos el ritmo divino del tiempo – el paso de las estaciones – como una invitación para acercarnos más a Dios, a los demás y a nosotros mismos. A través de estos ciclos, Dios nos enseña a confiar, a esperar y a amar más profundamente.
Que esta nueva estación sea un tiempo fructífero de gracia para cada uno de nosotros, llena de momentos de paz, alegría y de sus abundantes bendiciones.