El mundo la conoció como la madre Teresa de Calcuta. Cuando yo era un joven seminarista en Roma, tuve el inesperado privilegio de conocerla cuando celebré una Misa para sus hermanas en un comedor social que ellas dirigían cerca del Coliseo. Ella ya era una celebridad mundial.
Lo que me impactó de ese encuentro casual en la sacristía fue su pequeña estatura, su profunda humildad y su sonrisa radiante.
Al acercarnos al aniversario de la muerte y festividad de santa Teresa de Calcuta el 5 de septiembre, nos brinda la oportunidad de hacer una pausa y reflexionar sobre su vida y su compromiso con los más pobres entre los pobres.
Aunque han pasado 28 años desde su fallecimiento, su legado sigue muy vivo. Recordar su testimonio es un don para todos nosotros, al igual que ella fue un don para todos aquellos con quienes se reunió y a quienes sirvió.
Durante su vida, tuvo uno de los rostros más reconocibles del mundo. La mayoría recuerda imágenes de su rostro arrugado y su amable sonrisa enmarcada por su sari azul y blanco.
Ya fuera cargando a un niño en Gaza, hablando ante las Naciones Unidas en Nueva York o atendiendo a un paciente con SIDA en Moscú, ella personificaba la compasión y la humanidad más absolutas hacia todos.
Ella era una celebridad para la prensa (aunque no al estilo Hollywoodense), pero sí tenía el carisma necesario para hacer brillar cualquier escenario. Tomada de la mano de la princesa Diana, hablando con Nelson Mandela o junto al presidente Clinton, la madre Teresa brillaba entre ellos como una verdadera estrella pública. Todos sabíamos que era extraordinaria en casi todos los aspectos.
La madre Teresa fue capaz de redefinir la imaginación religiosa del mundo al dedicarse por completo a servir a los más pobres entre los pobres. Desde su primera aparición destacada en los medios de comunicación, gracias al reportaje de Malcolm Muggeridge en la BBC, hasta la avalancha mediática que acompañó su fallecimiento, ella fue el rostro de la compasión para toda la humanidad.
En una época en la que la reputación de muchas figuras religiosas conocidas en todo el mundo se vio empañada por escándalos, ideologías destructivas o la hipocresía, ella fue aclamada por su autenticidad y humildad. Casi todo el mundo percibía la bondad que irradiaba. De hecho, era una bondad a la que era casi imposible no sentirse atraído.
Hay tres aspectos de su ministerio que debemos tener en cuenta a medida que se aproxima su festividad.
El primero de ellos era su capacidad para ver más allá de la primera impresión. Aunque esto podría parecer menos importante que su labor de alimentar a los hambrientos o rescatar a los empobrecidos, es precisamente lo que constituye el centro de su capacidad única.
En todo momento, ella insistía en que al atender las necesidades de los más pobres del mundo, veía y servía al mismísimo Jesucristo.
Ella solo repetía lo que Jesús enseñó en Mateo 25, pero su capacidad para ver más allá de la miseria hizo que su ministerio fuera tremendamente eficaz. No solo cubría las necesidades materiales de los demás; sino que veía en cada persona una dignidad y una identidad auténticas que la impulsaban a actuar. Sus acciones respondían a lo que veía. No se limitaba a cumplir con una simple obligación.
En un mundo en el que solemos sentirnos oprimidos por las exigencias de lo que debemos hacer, ella nos enseñó a ver primero lo que era verdadero. Una vez que la verdad quedó establecida, el mundo se mostró diferente. La caridad se percibió de manera diferente, más personal y esperanzadora.
El segundo aspecto: ella saciaba el hambre de Dios en los corazones de muchos. Debido a la complicada historia de nuestros tiempos, con frecuencia el hablar de religión se reduce a tomar partido o defender el pasado. Esas conversaciones no satisfacen nuestro anhelo de un encuentro auténtico con Dios.
San Agustín escribió que nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Dios. La madre Teresa era alguien que comprendía la gran hambre de nuestra época y se lo aseguraba a los más hambrientos: Dios habla a través del corazón. Ella invitó a otros a participar en ministerios de cuidado compasivo, acciones que implicaban significados más allá de las fronteras de las etiquetas y las filiaciones.
Nunca tuvo miedo de mantenerse firme en los fundamentos de la doctrina y las creencias. Nunca dudó cuando le preguntaban sobre el origen de su visión o las raíces más profundas de su vocación como hermana.
Madre Teresa no dudaba en llamar a las personas a la fidelidad honesta a Dios. Pero lo hacía mediante una invitación. Al invitar continuamente a las personas a encontrar la presencia de Dios en medio de las necesidades de los demás, ella saciaba el hambre de sentido del mundo.
Ella insistía en que Dios no es una proposición ni una idea. Más bien Dios se revela en medio de los más necesitados en el mundo. Si les sirves, encontrarás a Dios.
Su poderosa invitación era participar en el viaje mediante la acción: seguir a la madre Teresa era actuar, no solo hablar.
Tercer aspecto: ella era auténtica. El mundo se cansa de la imagen y la personalidad, de la reputación y la publicidad exagerada. Cada uno de estos atributos son manipulados con tanta frecuencia que pierden su significado. La madre Teresa transmitió una vida en la que apenas había espacio entre la imagen y la realidad; ella era el símbolo en el que se había convertido. Asumir su ejemplo era asumir la autenticidad de una verdadera servidora.
Esto resultó muy atractivo para muchos. Anhelamos lo que es real y ansiamos todo lo que es sustancial. La madre Teresa era tal y como se decía, y cuando el mundo la descubrió, no se cansó de ella.
En la capilla de Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Oklahoma City, la cual está dedicada a santa Teresa de Calcuta, están inscritas en la pared las palabras que la madre Teresa puso en cada capilla de su orden: “Tengo sed”.
Esta frase da la bienvenida a todos los que vienen a orar allí. Estas palabras, pronunciadas por Jesús en la Cruz, expresan la invitación a servir a Jesús que sufre, y a todos los que sufren como Él sufrió. Alcanzar la Cruz para tocar al Cristo doliente es el legado de la madre Teresa. Pero también nos describe a todos nosotros, que estamos sedientos de servir a los demás a medida que crecemos en nuestra humanidad.
Santa Teresa de Calcuta nos recuerda que podemos satisfacer nuestros anhelos como ella lo hizo, al encontrar a Jesús en las calles apartadas y los callejones olvidados de nuestras vidas. Cuando lo hagamos, encontraremos lo que ella encontró: una vida transformada.