Cuando los obispos de los Estados Unidos iniciaron el Avivamiento Eucarístico hace más de dos años, queríamos provocar una mayor conciencia y valoración del gran don de la Eucaristía en toda nuestra nación.
Alarmado porque las encuestas indicaban que existe una creencia dudosa en la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía, nos propusimos reforzar esta comprensión y experiencia fundamentales de nuestra fe católica. Jesucristo, presente para nosotros en el don de su Cuerpo y de su Sangre, constituye el centro de nuestra fe. Al fortalecer nuestra relación con Jesús a través del banquete eucarístico, nos preparamos para compartir el Evangelio salvador de Jesucristo con los demás.
El Avivamiento Eucarístico es algo más que un esfuerzo por una catequesis correcta, porque no es sólo que nos preocupa que la gente no sepa responder correctamente a una pregunta del Catecismo, si no lo que realmente preocupa es que cuando un creyente no encuentra la verdadera presencia de Jesucristo en el sacramento de su Cuerpo y Sangre, Jesús se convierte en un extraño para esa persona. Este encuentro sagrado es lo que alimenta y fortalece nuestra fe y la mantiene viva.
Recibir dignamente la Eucaristía es entrar en íntima comunión con Jesús mismo. La invitación es que lleguemos a ser como es Jesús, porque cuando somos como Él, su presencia salvadora llega al mundo a través de nosotros.
Cuando Cristo vive en nosotros, nuestras decisiones, palabras y acciones hacen que Cristo permanezca vivo y real para aquellos que se relacionan con nosotros. Porque si Cristo no vive en nosotros y actúa a través de nosotros, ¿cómo va a encontrarlo el mundo?
Lo sabemos de forma intuitiva. Cuando hay hambruna en el sur de África, rezamos para que podamos convertirnos en instrumentos del cuidado de Dios para los necesitados. ¡Nos ponemos en acción! Debemos ser Cristo para ellos, llevando el pan de la esperanza a sus aldeas.
Cuando una inundación arrasa un vecindario y las familias buscan a sus seres queridos y vecinos desaparecidos, nos ponemos en acción y nos convertimos en Cristo para quienes lamentan la desaparición de sus seres queridos y rezamos por su regreso.
La promesa de la Eucaristía es una cercanía íntima con Jesús. Ser como Cristo los unos para los otros es el mandato que se nos deja, y esto sólo proviene de un auténtico encuentro eucarístico.
Jesús nos recuerda que cuando servimos a los más necesitados, a los olvidados y a los más desvalidos, lo servimos a Él. (Mateo 25). Nuestra relación íntima con Él se intensifica cuando nuestras manos tocan las manos de los necesitados. Cuando servimos a los demás, lo hacemos también a Él. Podemos hacerlo a través del servicio directo a los hambrientos, desnudos, sin techo y abandonados, pero también podemos hacerlo apoyando a otros que lo hacen.
La campaña anual de Caridades Católicas es una forma de contribuir en la vida de las personas de nuestras comunidades, presentándoles a Jesús y permitiéndole que a través de ellos nos considere a nosotros.
Contribuir a la importante labor de Caridades Católicas puede ser una prolongación de nuestro encuentro eucarístico con Cristo, que viene a nosotros en “el penoso disfraz de los pobres” como lo dijo santa Teresa de Calcuta.
También ocurre que cuando reconocemos nuestra propia necesidad y abrimos las manos, recibimos lo que los demás pueden ofrecernos, somos como Cristo para ellos. Permitir que otros nos atiendan en nuestra necesidad también es el medio por el cual Jesús entra en las vidas de los que nos rodean.
Decir “amén” a la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Cristo es decir “sí” a la promesa de que Jesús vivirá en nosotros. Esta es la intimidad que se nos promete y es el centro de lo que significa creer.
Si nosotros no transmitimos la presencia de Cristo al mundo, ¿quién lo hará? Si nuestras vidas no se orientan hacia los sufrimientos de los que han perdido la esperanza en la bondad de Dios, ¿cómo van a encontrar la bondad y la misericordia de Dios?
El Avivamiento Eucarístico confirma la promesa de que nuestra profunda intimidad con Jesús nos transformará en la presencia salvadora de Jesús para el mundo.
Entre las preguntas más importantes que se plantean los que buscan y los que luchan por creer, está: “¿Es Jesús real?” Es una pregunta válida, planteada a través de la vida de aquellos que buscan con un corazón sincero. Para responder con la verdad, no tenemos más que señalar el ejemplo de la vida de personas como el beato Stanley Rother o señalar el espíritu de nuestras numerosas y vibrantes parroquias llenas de fe y apostolados laicos o señalar el sacrificio de nuestros sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, y contestar: “¡Por supuesto!”
Si no es evidente en lo que hacemos y en cómo vivimos, entonces debemos reforzar aún más nuestra intimidad. A medida que lo hagamos, otros lo sabrán y reconocerán que: ¡Jesús está aquí, entre nosotros!