El misterio de la Resurrección de Jesucristo es más poderoso de lo que generalmente comprendemos o reconocemos, incluso para los cristianos. No se trata de un acontecimiento del pasado, sino de una realidad que sigue marcando nuestras vidas en la actualidad y es el misterio central de nuestra fe. El poder de la Resurrección es sencillamente mayor de lo que nuestras mentes pueden comprender plenamente, porque irrumpe en nuestro mundo desde más allá del tiempo y del espacio.
Es difícil imaginar lo que vivieron los discípulos aquella primera mañana de Pascua. Los pasajes de la Resurrección en los Evangelios están llenos de misterio, paradojas y malentendidos.
Nuestro Señor Resucitado hace muchas cosas aparentemente contradictorias. Puede atravesar puertas cerradas y aparecer o desaparecer a voluntad, pero come comida de verdad con sus discípulos, sopla sobre ellos e invita a Tomás a que lo toque y ponga la mano en la herida de su costado. La Resurrección es una profunda paradoja, como lo es la Cruz.
Dios no puede morir, sin embargo Jesús murió.
Toda la humanidad vuelve al polvo, pero Jesús no.
Comentando esta paradoja en su libro “Jesús de Nazaret”, el papa Benedicto XVI escribió: “La paradoja [de la Resurrección] fue indescriptible. Fue muy diferente, no se trataba de un simple cadáver resucitado, sino de alguien que vivía de nuevo y que, aunque ya no pertenecía a nuestro mundo, estaba realmente presente en él, Él mismo”.
Esta no era como las otras “resurrecciones” registradas en los Evangelios. El hijo de la viuda de Naín, la hija de Jairo y Lázaro fueron devueltos a la vida, pero sólo para reanudar su viaje terrenal y finalmente sufrir de nuevo la muerte.
No ocurrió lo mismo con nuestro Señor, que resucitó a una nueva vida, no por una simple resucitación de su vida anterior, sino en una nueva categoría de vida en conjunto. La vida eterna se reveló y caminó entre las cosas pasajeras de este mundo. El Cielo irrumpió en nuestras mundanas realidades terrenas.
Es comprensible que los discípulos estuvieran totalmente desconcertados ante esta nueva realidad. Habían conocido a Jesús como maestro, hacedor de milagros y amigo, pero ahora lo reconocían como algo infinitamente más grande.
Todos los demás grandes maestros de la historia están muertos y enterrados, pero Jesucristo vive. Como lo proclamó valientemente san Pablo: “Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1 Corintios 15,14).
Algo radicalmente nuevo había ocurrido en el curso de la historia humana. La Resurrección no fue un simple milagro: fue la recreación de la propia humanidad. Era una nueva categoría de existencia humana: glorificada, eterna e indestructible.
El autor de la vida acogió nuestra existencia terrenal y la elevó a una dimensión nunca imaginada ni experimentada.
Durante su vida terrenal y su ministerio, Jesús ocultó su divinidad para que sus discípulos llegaran a tener fe a través de su humanidad, al utilizar medios habituales como el caminar, enseñar, comer y hasta llorar, para manifestarse y atraer a la gente hacia el Padre.
Incluso su Pasión y Muerte, aunque extraordinarias en muchos aspectos, fueron fundamentalmente ordinarias, ya que reflejaron los sufrimientos y muertes de innumerables personas. Sin embargo, la Resurrección fue radicalmente nueva. Fue la irrupción de la vida divina e indestructible en nuestro mundo mortal.
El papa Benedicto XVI señaló que para los pocos testigos elegidos, la Resurrección fue tan abrumadoramente real y poderosa que disipó toda duda. Transformó a un grupo de discípulos asustados y quebrantados en testigos valientes del Evangelio. Los apóstoles, que antes huían despavoridos, ahora predicaban con valentía porque habían visto, tocado y hablado con Cristo resucitado.
El poder de la Resurrección no se limita al pasado; es una realidad presente que cambia y renueva nuestras vidas. En el Bautismo, somos sepultados con Cristo y resucitamos con Él a una vida nueva. Esto significa que el poder que resucitó a Jesús de entre los muertos está actuando en nosotros.
La Resurrección no es sólo una doctrina abstracta en la que hay que creer o una historia para contar; es una persona para encontrar y un misterio transformador de amor que anima nuestra fe, fortalece nuestra esperanza y nos llena de una alegría inquebrantable.
Al vivir este tiempo de Pascua, recordemos que la Resurrección no es sólo un acontecimiento para conmemorar, sino una vida nueva para vivir. Estamos invitados a dejar que el poder de la victoria de Cristo sobre la muerte configure todos los aspectos de nuestras vidas.
Vivamos con la valentía y la alegría de los discípulos que han encontrado al Señor resucitado, seguros de que el que ha vencido al sepulcro camina con nosotros, nos guía y nos llama a compartir su vida gloriosa.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Dejemos que esta verdad penetre en nuestros corazones y transforme nuestras vidas. Vivamos como pueblo de la Resurrección, dando testimonio a un mundo caído que anhela la esperanza y una vida nueva.